lunes, 31 de diciembre de 2018

El manuscrito




—Le felicito —dijo el editor, dejando caer el manuscrito sobre el escritorio—. Me ha parecido magistral. Los personajes están perfectamente definidos y el romance entre los dos protagonistas resulta tan real que parece… —Colocó una mano de perfil sobre su mejilla, como queriendo ocultar el secreto que pronunciaban sus labios—. Parece que lo haya escrito una mujer. ¿Se lo imagina? ¡Una mujer!

El editor sacudió la cabeza, desconcertado por el hecho de haber pensado siquiera en tan ridícula posibilidad. El escritor frente a él respaldó su postura, afirmando con una sonrisa de complicidad.

—Estoy de acuerdo —confirmó con voz seria—. La simple idea resulta de todo punto absurda.

El veterano editor se recostó sobre el respaldo de su asiento, haciendo crujir la superficie de cuero mientras se atusaba el bigote curvado en los extremos. Sonriendo, se despidió de su nuevo diamante editorial.

—El lunes mismo lo llevaré a la imprenta, y lo antes posible lo pondremos en las librerías. —El editor rodeó el escritorio para darle la mano al joven autor—. Señor Bates, ¡voy a hacerle inmensamente rico!

Al cruzar la puerta de la editorial, William Bates salió a la acera de una de las céntricas avenidas. El bullicio a su alrededor le impedía centrarse en sus propios pensamientos, por lo que decidió volver a casa lo antes posible. Haciendo un gesto con el brazo por encima de su cabeza, solicitó que un coche se detuviera.

—¿Un buen día, caballero? —le preguntó el cochero, percibiendo la expresión de profunda satisfacción del joven.

—Eso parece, sí —le respondió este, abriendo ya la puerta del habitáculo trasero.

—¿A dónde le llevo?

William permaneció un instante en silencio, como si por el embargo de la emoción no pudiera recordar la dirección de su vivienda.

—Al norte de la ciudad. A la mansión Steel, por favor.

Cerró la puerta y se acomodó sobre el mullido asiento de cuero. Sintió cómo el carruaje se ponía en marcha después de que el cochero sacudiera las riendas, en cuyo extremo tiraban un par de fuertes caballos negros. En los minutos de trayecto que lo separaban de su casa pudo por fin hacerse a la idea de lo que acababa de ocurrir. Lo que le importaba no era que el editor pudiera hacerlo rico, como le había asegurado, sino que, después de todos esos meses, por fin podrían recobrar la normalidad. Estaba deseando llegar a casa para comunicarle la buena nueva a Anne, sin la cual estaba seguro habría resultado imposible.

Antes de que pudiera darse cuenta, había llegado a su destino. Se apeó y le ofreció tres chelines al cochero, que le agradeció exageradamente la generosa propina. Cruzó la calzada despejada y atravesó el portal dorado que se abría en el extenso muro de piedra que recorría el perímetro de la propiedad. Ante él se alzaba la mansión victoriana, herencia de su padre. Al llegar a la entrada no le hizo falta abrir la puerta, pues de ello ya se había encargado el ama de llaves, que lo esperaba con expresión impaciente.

—¿Y bien? —le preguntó esta a William, próxima a la histeria.

El joven se limitó a sonreír, deshaciéndose de su sombrero de copa y la impoluta levita. Al descubrir una victoriosa sonrisa en el rostro de William, Anne se olvidó por un instante del protocolo y se lanzó a abrazarlo. Se separó al cabo de unos segundos y trató de obtener algo más de información.

—¿Y qué le ha dicho el editor? ¿Lo van a publicar ya?

—Luego te daré todos los detalles, Anne, pero… —William suspiró, extenuado por el cúmulo de emociones, pero pronto se recompuso. Sabía que estaría siempre en deuda con aquella mujer que desde el primer momento lo había apoyado y ayudado a que todo permaneciera en secreto, a salvo de los impedimentos de los demás, por lo que no podía más que compartir con ella la satisfactoria noticia. Con decisión, se desprendió de la peluca, dejando que la larga melena cayera sobre sus hombros, y se deshizo de la venda que ceñía su pecho, dejando que su figura femenina se revelara, sin miedo a ser descubierta, sintiéndose de nuevo a salvo—. Creo que esta mañana hemos hecho historia.

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