Mientras observo el sol zambullirse tras la línea que
forman los árboles al fondo del valle, a mi memoria acuden los recuerdos que
contigo comparto.
La mañana en que te acercaste por primera vez a mí, con la
inquietud de averiguar qué hora era como única excusa; la noche en que,
asomados a una azotea, por primera vez me dijiste “te quiero”; aquella en que
nuestros cuerpos, dejando atrás dudas y arrepentimientos, por fin se hicieron
uno; cuando deslicé ese modesto anillo por tu dedo, que tanto significaba para
nosotros; aquel día en que, unos meses después, volviste a casa con la tristeza
en tu mirada, pues todo había cambiado; las semanas siguientes, en que
aprovechamos cada instante, disfrutando el uno del otro; y finalmente, esta
tarde, contemplando el calmo paisaje en que se enclava esta tu morada durante
los últimos días, donde tantas palabras nos dedicamos, sonrisas nos regalamos y
besos compartimos.
Llegaste aquí buscando una última oportunidad, un giro para
nuestras vidas. Tristemente, no ha podido ser, pero estoy orgulloso de ti.
Hiciste todo lo que estuvo en tu mano, siempre sonriente, con ese brillo de
ilusión en tus ojos.
Ahora, sentado a tu lado en el jardín delantero del
sanatorio, las lágrimas nublan mi vista. Encierro tu mano entre mis dedos, tratando
de retenerte. Y sin embargo, no puedo impedir que tu último aliento vuele a lo
lejos, dejando atrás tu desgastado cuerpo, siguiendo a ese sol que se oculta
tras las montañas. Diciéndome adiós por última vez.
Imagen: https://images.app.goo.gl/1ZZBv3ax8B95snCq6
No hay comentarios:
Publicar un comentario