jueves, 1 de octubre de 2020

Incubus

 

    De pronto, abro los ojos.

    Me encuentro tumbado sobre el colchón de mi cama, desprendido de las sábanas, boca abajo y con la cabeza ladeada sobre la almohada. No sé qué hora es, pero imagino que aún es de noche ya que todo está a oscuras, lo cual me tranquiliza.

    Sin embargo, percibo que algo no va bien. A escasos metros de mi cama, algo capta mi atención, sobre el sillón blanco.

    Una figura. Alguien está sentado casi de espaldas a mí. Solo distingo parte de sus piernas e intuyo sus hombros y su cabeza, pero no soy capaz de identificarle.

    Intento moverme, descubriendo que mi cuerpo no reacciona. Siento un extraño hormigueo a lo largo de mis brazos, como si hubiera estado durmiendo sobre ellos, privándolos de riego sanguíneo. Tampoco parece que pueda hablar o mover el resto de mi cuerpo. Solo soy capaz de controlar los ojos.

    Me doy cuenta de que, casi a los pies de la cama, otra figura me observa, de pie, difuminada en la oscuridad de la habitación. En  ese instante, la silueta del asiento habla, con una voz neutra y desconocida, dirigiéndose a la segunda.

    —Yo me encargo de desmembrarlo.

    No acabo de comprender qué está pasando. Recuerdo haberme acostado anoche tras un día como otro cualquiera. En un primer momento, me parece que pueda estar viviendo una simple pesadilla; no sería la primera vez. No obstante, esta situación tiene algo particular. Esta sensación de inmovilidad, la claridad con la que percibo todo a mi alrededor, como si en realidad estuviera todo el tiempo despierto.

    Interrumpiendo mis vagueantes deducciones, la figura de pie responde, también en tono neutro y con una voz que no me resulta ni remotamente familiar.

    —Yo me quedo con las extremidades y los ojos.

    Están planeando matarme, de eso estoy seguro, pero no logro comprender el porqué. No es solo que no conozca a estas dos inidentificables presencias, sino que no soy consciente de qué he podido hacer para que alguien guarde este tipo de rencor hacia mí. Siempre he sido una persona de lo más corriente, que se mantiene en todo caso al margen de problemas y disputas.

    Un nuevo acontecimiento capta mi atención. La segunda figura sostiene algo en una mano y, con un ágil movimiento, lo lanza por encima de mi yacente cuerpo, provocando que a lo largo de su recorrido suene un entrechocar de piezas metálicas, hasta que de pronto este sonido desaparece. Siento una nueva oleada de pavor al comprender que es un tercer intruso, al otro lado de la cama, el que ha captado el objeto al vuelo.

    Todas mis dudas se despejan cuando, a escasos centímetros de lo que me parece que es mi mano izquierda, pues sigo sin tener plena consciencia de mi cuerpo, una pequeña sección de la superficie del colchón se hunde. Supongo que esta tercera persona ha perdido el equilibrio al recoger el objeto arrojado, por lo que se ha precipitado sobre la cama, frenando así su caída, apoyando ahí la mano.

    Trato de mover la mano izquierda, desplazarla apenas unos centímetros para llegar a tocar aquello que ha provocado esta presión en el colchón. Pero tampoco en esta ocasión mis músculos reaccionan. Comienzo a desesperarme. En cualquier momento, los extraños pueden llevar a cabo la macabra tarea que han anunciado, y ni siquiera sé cuántos de ellos hay a mi alrededor. Mi limitado campo de visión solo me permite ver a dos de ellos, pero ahora sé que hay al menos uno más. Y no puedo descartar que en realidad haya muchos otros. El resto de mi habitación puede estar ocupada por un numeroso grupo de extraños, expectantes ante el inminente espectáculo, pero no puedo cerciorarme de ello. Si solo pudiera girar la cabeza para mirar hacia el otro lado y comprobarlo…

    Algo me hace desviar la mirada súbitamente hacia los pies de la cama, hacia donde se encontraba la segunda figura. En esta ocasión, allí solo encuentro oscuridad. Sobre mi talón derecho, noto una ligera presión, un punto de mi piel que se hunde sutilmente. ¿Será la segunda figura, que se ha desplazado hasta aquel punto y ahora me ha tocado para comprobar si realmente no puedo moverme?

    De pronto, se me ocurre que tal vez me han drogado. Tal vez me han suministrado algún tipo de sustancia que me ha paralizado todo el cuerpo, para facilitar la tarea que tienen entre manos. Al instante, desecho esta idea. El hecho de que mantenga en todo momento los ojos abiertos descarta esta posibilidad. Estoy despierto, de eso estoy seguro, pero sigo sin poder explicar esta extraña parálisis.

    Nuevamente, un nuevo contacto sobre mi piel. En esta ocasión, la presión es algo más intensa, más clara, y se localiza sobre la parte baja del gemelo izquierdo. Suponiendo que se trata efectivamente de la segunda figura, ya se encuentra avanzando por el lateral contrario de la cama, fuera por completo de mi alcance. La angustia se apodera de mí. ¿Significa esto que mi final es inminente? ¿Acabará todo sin que llegue a comprender el porqué de esta insólita situación?

    Observo a la figura sentada en el sillón, tratando de buscar alguna respuesta, algún indicio de algo. Sin embargo, ésta parece permanecer impasible en la misma posición que cuando la he descubierto, hace apenas un minuto. Mantiene la mirada perdida en la oscuridad, ocultándome su rostro, impidiendo que pueda reconocerle.

    Un nuevo contacto. Esta vez, lo siento como una concentrada presión en algún punto en el centro de la parte trasera de mi muslo. Llegados a este nivel de tensión, tengo ganas de gritar, de salir corriendo o al menos de enfrentarme a ellos, pero no puedo. La sensación de ser testigo de todo sin poder hacer otra cosa más que mover los ojos es desesperante.

    El intruso continúa avanzando y la siguiente vez que presiona sobre mi piel es a la altura del riñón izquierdo. En esta ocasión, puedo sentirlo con mucha más claridad. Es como si presionaran contra mi costado con una barra de hierro helado. Si mi cuerpo se hubiera encontrado en condiciones normales, un escalofrío lo habría recorrido por completo, dejándome toda la piel de gallina a su paso.

    Ya está. Estoy perdido. No hay nada que hacer. Estoy a punto de darme definitivamente por vencido, a punto de cerrar los ojos y rezar por que al menos terminen lo más rápido posible, por que pierda pronto la consciencia y deje de sentir el dolor que me espera.

    Por el contrario, lo que siento es que comienzo a percibir la suavidad de la sábana bajo mi mano. Tal vez pueda moverla un poco, alcanzar a esta persona que ahora debe estar casi a la altura de mi hombro, en el lateral de la cama. Por fin una mínima esperanza, algo de luz en medio de toda esta oscuridad.

    Sin embargo, por más que me esfuerzo, no logro mover ni siquiera los dedos. ¿O tal vez sí lo haya logrado? No consigo estar del todo seguro, pero en esta situación lo único que puedo hacer es seguir intentándolo, por si acaso. Me concentro en los dedos de mi mano izquierda, tratando de transmitir a ellos todas mis fuerzas, tratando de despertarlos de este inquietante letargo.

    Ahora sí, parece que he logrado moverlos. Decido que este es el momento, mi última oportunidad. En un esfuerzo desesperado, intento extender el brazo hacia la figura, al tiempo que percibo cómo se inclina sobre mí…

    De pronto, desperté.

    Me encontraba parcialmente incorporado sobre la cama, con un brazo extendido en el aire hacia el lateral de ésta, hacia donde había percibido que se encontraba aquel intruso. Sin embargo, lo único que encontré en aquel preciso lugar fue oscuridad, ligeramente atenuada por la luz de la calle, que se colaba por las rendijas de la persiana.

    Tenía el cuerpo empapado en sudor y el corazón latiendo desbocado en el pecho. Me costaba respirar. Miraba a mi alrededor, con movimientos espasmódicos de la cabeza, comprobando que todo parecía estar como siempre: la cama, el sillón blanco, el escritorio, las estanterías. Ni rastro de los intrusos cuya presencia hacía apenas dos segundos había sentido con total claridad. Incluso los había visto, estaba seguro.

    Miré el reloj en mi muñeca, encendiendo la luz para que los leds me indicaran que eran las seis de la madrugada. Permanecí recostado contra el cabezal de la cama unos instantes, tratando de recuperar la respiración y el ritmo normal de mis latidos. No comprendía qué acababa de ocurrir exactamente, pero creía estar seguro de que no era una simple pesadilla. Había tenido otras anteriormente, pero nunca me había despertado tras ellas con una angustia como aquella. Nunca había sentido que lo experimentado fuera tan real. Estaba seguro de que me habían tocado.

    No siendo capaz de encontrarle una explicación lógica a todo aquello, y recordando que esa mañana debía madrugar, teniendo que despertarme en poco más de una hora, volví a acostarme y me propuse retomar el sueño para descansar durante los pocos minutos que me quedaban antes de comenzar una nueva y rutinaria jornada.

    Interiormente, me dije que todo había sido una simple pesadilla, aunque realmente no lo creyera, para lograr despejar mi mente y dormirme de nuevo. Sin embargo, si en ese momento hubiera encendido la luz y hubiera observado con más atención a mi alrededor, me habría percatado de que no solo había sido una pesadilla.

    Si lo hubiera hecho, habría descubierto que sobre la sábana todavía se podía percibir la marca dejada por la presión de una mano apoyada sobre ella.



Imagen: https://images.app.goo.gl/MGbu3dND3sc7cs4m6


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